¿Cómo afecta la COVID-19 a los niños en el plano psicológico?
Cinco recomendaciones para la prevención desde casa.
La situación pandémica ha tenido consecuencias psicológicas para todos nosotros: el miedo al contagio, las preocupaciones sobre cómo terminará todo esto, los problemas económicos y laborales… De forma progresiva hemos procurado adaptarnos a lo que viene a llamarse una nueva normalidad, que afecta principalmente a aquello que nos distingue de otros seres vivos y nos define como seres humanos: las relaciones sociales y el apego.
De este modo, todos hemos tenido que modular la manera en que demostramos cariño. Nos hemos vuelto parcos en abrazos y hemos aprendido a sonreír con los ojos detrás de una protección necesaria. Y lo estamos haciendo muy bien. Nuestra gran capacidad de adaptación nos ayuda a protegernos de un peligro real que poco a poco se va difuminando. Pero todo tiene un coste: hemos perdido muchos de nuestros reforzadores sociales y a menudo hemos de esforzarnos por lidiar con nuestra ansiedad, miedo, preocupación o tristeza. Además, las familias con niños y adolescentes realizan un esfuerzo extraordinario en el intento de que los más pequeños estén lo mejor posible. Ellos son los más perjudicados por el confinamiento, los que más tiempo llevan en casa y los que más han de esperar para volver a su cotidianeidad. Por eso, tiene sentido preguntarse hasta dónde se verán afectados por esta situación inesperada.
Las consecuencias reales de la crisis del covid-19 en los niños aún se desconocen.
Por un lado, encontramos que su gran plasticidad puede llevarlos a disponer de más recursos para adaptarse a esta situación adversa en la que han perdido totalmente su rutina y muchas de sus fuentes de estimulación: la escuela, los amigos, las actividades lúdicas o deportivas, los aprendizajes intensos… Aunque resulte sorprendente los niños son altamente resistentes y han sido capaces de permanecer en casa con optimismo y responsabilidad, mostrando en ocasiones una mejor capacidad de adaptación que los adultos.
Sin embargo, el tiempo es un factor muy decisivo para su desarrollo evolutivo. Los niños crecen sin parar. Algunos han protagonizado grandes cambios en confinamiento. No son pocos los que aprendieron a andar en un pasillo o a leer en el salón de casa, con la única e inestimable ayuda de sus padres o hermanos. Aún no sabemos si esta pequeña generación del 2020 presentará dificultades motrices, cognitivas, emocionales o de otra índole derivadas de este paréntesis que pusimos en un momento tan crucial de su desarrollo.
Para algunos psicólogos, la piedra de toque de las posibles consecuencias de la pandemia en los niños pueden ser los problemas de socialización. Los niños manifiestan continuamente su deseo de jugar con otros niños, de abrazar a sus abuelos, de relacionarse en general. No hay mayor prueba de que el apego y las relaciones sociales van en nuestra impronta genética.
Durante este tiempo nuestros hijos han aprendido a relacionarse de otra manera, compensando las limitaciones de tan extraña situación que les hacía mirar el mundo desde una ventana. Han interaccionado a través de las tecnologías con familiares y conocidos. Internet ha sido nuestro premio de consolación ante la imposibilidad de una socialización real. Es probable que más adelante, los que son tan pequeños que no alcanzaron a conocer otra realidad, puedan sentirse confundidos o asustados al interaccionar con personas reales. O simplemente no dispongan de las habilidades necesarias. Es probable que les tengamos que explicar muchas cosas de cómo funciona el mundo. Sucede de igual manera con los niños que ya asistían al colegio o la guardería antes del confinamiento. Ellos han visto interrumpido un precioso proceso socializador que añoran y reclaman a sus padres: “queremos ir al parque, entrar en tiendas, queremos jugar y abrazar a otros niños”.
No debemos olvidar que el desarrollo del apego es fundamental durante los primeros años de vida. Y en ese sentido, vale la pena pensar que al menos hemos tenido la oportunidad de disfrutar de más tiempo en familia y esto ha supuesto para los hijos un inestimable regalo.
Sin embargo, con la llegada del proceso de desescalada, las dificultades no han desaparecido para los niños. La pandemia apunta a los menores como posibles portadores de carga vírica asintomática, y, por lo tanto, las medidas para su “puesta en libertad” están en el punto de mira. Las últimas noticias hacen pensar que los más pequeños serán los últimos en volver a sus rutinas cotidianas. Lejos de considerar aún su incorporación a los centros escolares, muchas familias contemplan con preocupación los meses de verano, preguntándose cómo pueden hacer para conciliar familia y trabajo y además procurar el mayor bienestar posible para sus hijos.
La clave, además, es cuestionarse si podemos prevenir, desde la familia, la aparición de problemas psicológicos y sociales. Desde luego deberíamos intentarlo. Los padres deberían observar sus reacciones y consultar a un profesional de la psicología ante la aparición de comportamiento anormales o preocupantes. Pero el entorno familiar en muchos casos puede funcionar como antídoto a los problemas, suponiendo una fuente de estimulación y prevención.
Las recomendaciones de los expertos se agrupan en torno a varios ámbitos.
1. Respecto a la estimulación del lenguaje oral se aconseja fomentar sus competencias comunicativas a través del diálogo familiar y el entrenamiento en la escucha activa. Esta puede ser una manera de compensar sus carencias, contribuyendo también a enriquecer su vocabulario y habilidades sociales.
2. Respecto a la socialización, los padres deberían acercar a los niños al contacto con los otros. Siempre en la medida de lo permitido, los niños deberían poderse exponer progresivamente a las situaciones sociales que les enseñen a convivir en esta nueva realidad. En este sentido, el papel de la familia es fundamental para animarlos a deshacerse del miedo excesivo y educarles en la responsabilidad, de modo que cuando llegue el momento se encuentren preparados para relacionarse con otras personas de forma segura.
3. Siempre que sea posible, el contacto con el entorno más cercano debería contribuir también a su desarrollo psicomotor, programando prácticas deportivas al aire libre que ayuden a entrenar su visión, coordinación y motricidad.
4. Respecto a su desarrollo cognitivo y evolutivo en general, el entorno familiar ha de proporcionar reforzadores lúdicos que compensen las carencias de ocio y aprendizaje. Pasar tiempo en casa sigue siendo una gran oportunidad para desarrollar su creatividad y talento. Hacer un horario de verano con obligaciones y diversión puede ayudar también a educar en la responsabilidad y mejorar la conciliación familiar.
5. Respecto a su madurez y autonomía, los niños pueden adquirir conocimientos prácticos apropiados a su edad que les ayuden a desarrollarse en su vida cotidiana, como coser un botón, reparar una bicicleta o preparar una cena sencilla.
Son muchas las cuestiones que aún tendremos que responder como sociedad respecto a los efectos psicológicos de esta pandemia, pero por el momento es nuestra responsabilidad comprometernos y considerar al colectivo infantil, poniendo en marcha todos los recursos a nuestro alcance para protegerles y mitigar las consecuencias negativas que pueda conllevar de esta situación.
Mónica Sánchez Reula (Nº col. M-12.669) trabaja en el centro Astrapia Psicología de Pinto (calle del Correo 12 - 696 319 108 | info@astrapia.es). Astrapia es un gabinete de psicología clínic apara niños, adolescentes y adultos.
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