¿Realidad o ficción?
En esta nueva entrega de “Opinión”, me encantaría escuchar también la vuestra y, de ahí, que os proponga este pequeño juego.
Después de unos meses volcada en mi último libro ENHUMORADA, retomo este medio para seguir contándoos cosas. Y esta vez os voy a relatar una historia. Una historia que tiene que ver mucho con la cocina. ¿Sabíais que la literatura y la cocina tienen muchísima más afinidad que…? Aquí podría incluiros un montón de supuestos que, seguro, ya habéis adivinado alguno. Continúo. Esta historia puede que sea real o ficticia. No os lo voy a desvelar. Aquí entráis en acción vosotros. ¡¡Tendréis que descubrirlo!!
En esta nueva entrega de “Opinión”, me encantaría escuchar también la vuestra y, de ahí, que os proponga este pequeño juego. No creáis que va a ser tan fácil (entended que tengo que decir esto para “picaros” un poco). Os invito a mi mesa. La comida se lee y la literatura tiene deliciosos platos. Es una fusión exquisita… pero en este caso, tan solo quiero contaros esta historia y que descubráis, si os apetece, si es un caso verídico o inventado.
La historia comienza el día en que decidí que ya era hora de aprender a cocinar. Yo ya tenía una cierta edad y era necesario darle forma a este aspecto de mi vida. Para ello conté con personas muy cualificadas: mi cuñada, mi hermana y alguna amiga que otra. Las demás estaban como yo.
Lo primero que me aconsejó mi hermana era que empezara con algo sencillito: “GUISANTES SALTEADOS CON JAMÓN”, por ejemplo. ¡¡Que soy inexperta!!, le comenté asustada. Tranquila, me dijo. Calienta el aceite, echa trocitos de jamón y luego los guisantes. ¡Y lo conseguí a la primera! Lo que me extrañó fue ese ruidito que hacían cuando los volqué en el plato: clin, clin, clin, clin; pero el espectáculo fue fantástico. ¡Sí! ¡Saltaban en el plato! Duros como una piedra y más negros que el sobaco de un mono. Cuando se lo conté me dijo que estas cosas pasan pero que, por favor, tuviera cuidado el día que hiciera los “HUEVOS ESTRELLADOS”.
Yo estoy poniendo todo de mi parte. Hasta me he comprado, que estaba de oferta, un maletín con 17 cuchillos y un hacha. ¿A dónde voy con tantos?, me pregunto; pero el maletín es tan mono. Ya en casa lo abro. Sólo reconozco dos: el de sierra de toda la vida y el jamonero (porque lo he visto en algunas bodas).
Como ya he comentado, estoy rodeada de muy buenas cocineras que me aconsejan que empiece a utilizar la olla rápida: ¡te ahorra tiempo! Yo soy de cuchara: alubias, cocido, lentejas. Así que el otro día quise prepararme unas lentejitas. Me dicen: tú echa las “LENTEJAS”, puerro, zanahorias, patatas, un chorrito de aceite, sal y agua (el chorizo y el tocino a elegir por aquello del colesterol). Pues yo cierro la olla y lo pongo todo al fuego. A las dos horas me llaman al teléfono. Es mi amiga, la que me ha explicado cómo se preparan las lentejas. La noto alterada y me suelta: ¡Se me ha olvidado decirte que tienen que estar poco tiempo porque si no se pegan!… ¡Oooohhhh! ¡Demasiado tarde! Eso se avisa antes. Abro la olla y una visión dantesca ante mis ojos. No solo no se han pegado. ¡Es que se han matado!
Pero no desisto. Tengo un amigo que sus padres viven en un pueblo y crían conejos, entre otros animales. Un día se me presenta en casa con uno… ¡Congelado! Dios mío ¿qué hago yo con esto ahora? Encima que me lo trae con todo el cariño de sus padres. Intento disimular y le doy las gracias. Esto va a la basura ahora mismo. Pero no se le ocurre otra cosa que decirme que espera que le invite el sábado a comer “CONEJO AL AJILLO”… ¡Me ha matado! Me recompongo y luego pienso que un conejo no me va a acobardar. ¡Qué inconsciente!”. Viernes por la tarde saco el conejo del congelador. Sábado a media mañana, le cojo, ya descongelado y le meto en la olla ¡No cabe! Llamo a mis chefs y me dicen que lo trocee… ¿Quééééééé? ¡Ni de coña hago yo eso! No puedo. Echo mano del vecino y me dice que si tengo un hacha para cortarlo en trocitos. ¡Qué sensación más sanguinaria! Ahora sé para qué sirve el hacha del maletín que me compré. A partir de ese día miro a mi vecino con otros ojos, evito llevarle la contraria, le subo las bolsas si hace falta. Cuando termina de trocearlo, me da el resultado y lo meto en la olla. Ahora sí que cabe, claro, descuartizado, mutilado.
La comida, ¡un desastre! ¡Nadie me dijo que había que quitarle la piel al conejo! ¡Eh! ¡No os riáis! ¡¡Que a los pollos se les asa con ella puesta!!
¿Y bien? ¿Qué pensáis? ¿Que es verídico? ¿O es un fake tale? Si por un momento, esta simple historia os está haciendo dudar, objetivo conseguido. ¿Y si en lugar de una historia fuera una NOTICIA, como las que leemos diariamente? ¿Cuáles nos creemos y cuáles no? ¿Por qué? Ahí lo dejo.
Gloria Fátima Galán Frías es escritora y maestra. Entre otros, ha publicado los libros '20 poemas infantiles y un relato para ti', 'Cuentos umbilicales' y 'Enhumorada'.
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