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Silvia Añover

Como en casa en ningún sitio

Martes, 08 de Octubre de 2019 Tiempo de lectura:

Seamos realistas, esto no es del todo cierto. Se acerca el primer puente después de las vacaciones. Si tuviéramos esa sensación no nos apetecería conocer otros lugares y culturas, comer otras texturas y sabores que no solemos cocinar. Pero como para todo, hay a quien le gusta mucho su pueblo, su ciudad, su país, y no quiere salir de allí, o no se imagina mejor lugar que ese.

 

Sin embargo, creo que esta afirmación toma mucha más fuerza precisamente cuando abandonas tu residencia, tu cocina, tu almohada y sales a descubrir otros mundos. Tengo que confesar que en los lugares que he estado, no todos eran mejor que mi casa, pero muchos de ellos tenían unas vistas espectaculares, una naturaleza abundante, ciudades ricas en cultura y gente a la que probablemente no hubiera tenido ocasión de conocer si no fuera porque estuve allí. Aun así, a lo largo de los días, empiezas a echar de menos pequeñas cosas, la cama, las flores de tu jardín, o los cacharros de la cocina; yo incluso echo en falta la caja de las especias. Al volver, sobre todo si he ido al extranjero, añado otro condimento a mi repertorio de platos habituales. Hace años el cardamomo se hizo imprescindible en el té y los guisos de carne. Este verano, por despiste, traje una mostaza demasiado ácida que he regalado a un amigo amante de estos sabores exóticos.

 

Mi teoría es que empiezas a amar más tu entorno cuando vuelves de otro sitio. En agosto estuve charlando con varios estudiantes de Erasmus, y todos ellos, incluso sus padres, lo califican de una experiencia muy enriquecedora. Pero al volver a casa estos universitarios pierden toda esa libertad de movimiento que tenían. Vuelven al recogimiento familiar, a su protección y también a su control. Por esta razón no pueden apreciar la vuelta como un todo satisfactorio. Algunos se vuelven al país que les acogió y terminan creando su vida donde en un principio fueron extranjeros.

 

Cuando volví de una larga estancia en Irlanda prefería establecerme en España. Me enamoré de su paisaje, de su música y también de esa sensación de libertad. Años después creé mi propio lugar al que retornar. Y eso es lo que me hace sentir a gusto cuando vuelvo. Al llegar a mi lugar en el mundo, recuerdo las playas, los bosques, las ciudades y la gente con la que he convivido, aunque solo sea unas horas. Todo ello me evoca anécdotas que cuento a los de aquí, a los que enriquezco con mi aventura y quizá les invite a ir a esos lugares.

 

Lo peor de llegar a casa es deshacer maletas, poner lavadoras; y por supuesto, encauzarse hacia el tren, el autobús o el coche para ir a trabajar. Mi trabajo me apasiona. Llevo peor lo primero, así que automatizo y en una semana la ropa está en el armario. En lo que tardo varios meses es en ordenar las cientos de fotos y videos que almacenamos en cámaras y  móviles, compartidas como antiguas postales. Nunca son suficientes para recordar un viaje inolvidable sea bueno o catastrófico. Si te han robado, han extraviado tu maleta en el aeropuerto o has sufrido algún tipo de accidente, tendrás más historietas que contar.

 

Una cosa está clara, si te ha gustado más lo que has visto, donde has estado, puede que sea el momento de replantearte tus parámetros. Quizá no sea solo cambiar de trabajo o de casa, es posible que tu cuerpo te esté animando a explorar un nuevo estilo de vida. Este planeta está lleno de posibilidades, ¡anímate a viajar! Es posible que descubras que el hogar está dentro de ti, en cualquier lugar.                                                                   

 

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