Rey y señor

Un deportista irrepetible que trasciende al deporte, esa actividad que moviliza y apasiona a millones de personas en todo el mundo, pero en la que abundan personalidades y actitudes endiosadas, pueriles, vanas, engreídas o insustanciales.

Por ello, por su caballerosidad en el juego y por su forma de ser sencilla y solidaria, por lo que hace en la pista como por lo que hace y dice fuera de la pista, tanto en las victorias como en las derrotas, Rafael Nadal Parera es para mí un ejemplo de deportista ideal y de persona modélica.

Tras ganar el año pasado su undécimo Roland Garros, comentaba yo en esta columna que “nunca volveremos a ver a alguien que lo gane tantas veces… salvo Nadal, porque el próximo año no sería extraño que estuviésemos comentando otra hazaña ‘imposible’ de este mítico deportista”. Y desde ayer ya no son 11 sino 12 Roland Garros. Y es que en la tierra de París Rafael Nadal juega contra su expectativa. Ahí solo puede ser más grande que él mismo.

Acosado por las lesiones, en los últimos años muchos le dieron por finiquitado. Pero su infinita capacidad de sufrimiento y su enorme fuerza de voluntad para volver a subir a lo más alto volvió a imponerse, al tiempo que daba una lección de saber perder tan importante y perdurable como la de saber ganar.

Se puso de pie, se obligó a ir más allá. A pensar en el siguiente partido y en el siguiente y en el siguiente… Hasta sumar 18 Grand Sland, 34 Máster 1000, 12 Roland Garros, récord mundial de set ganados consecutivamente (50) en cualquier superficie…

La historia es de Rafael Nadal. Ningún éxito futuro (y habrá muchos más) lo hará mejor de lo que ya es.