Una joven de 21 años de Gernika leyó en euskera la denominada ‘Declaración de Arnaga’, en la que ETA escenifica su disolución como banda. Al acto, que tuvo lugar el 4 de mayo en la localidad vasco francesa de Cambo y que sirve para certificar el final definitivo de ETA, acudieron representantes internacionales y unos 90 invitados de instituciones, partidos políticos, sindicatos y organismos vascos.
Pero más allá de la pantomima y el paripé, lo cierto es que la infame banda asesina ya había sido derrotada por la democracia española desde hace mucho tiempo. Por ello, la ciudadanía española ha asistido a este suceso con indiferencia, cuando no asco, ante el mensaje de unos asesinos que produjeron tanto dolor a miles de familias. ETA fue el peor enemigo de la democracia española, su obstáculo más peligroso, la coartada de los militares golpistas, la mejor garantía de perpetuación de la policía franquista.
Ni siquiera en su comunicado de disolución, esta partida de chalados y tarados sin alma reconocen lo que son, lo que han sido y lo que pretendieron: imponerles a los vascos un despotismo basado en el terror y la fantasmagoría patriótica, al que durante un tiempo, y en algún pueblo, llegaron incluso a instaurar. Libros como ‘Patria’ expresan fidedignamente este horror y sinsentido. Esto es todo lo que debería quedar de ellos. Sería de necios conceder algún valor a su postrer acto de arrogancia, ignorancia y desprecio de los derechos de sus conciudadanos.
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