Interesados e interesantes o representantes y representados
Los seres humanos pueden ser clasificados por infinidad de conceptos, los más significativos son: género, clase, raza y nación. Luego los hay de menor alcance, como es estar vivo o muerto, ser guapo o feo, pertenecer a un equipo u otro o a ninguno, haber nacido en una localidad u otra, y así hasta la saciedad. Pero a mí me impresionó una disyuntiva que defendía un señor mayor nacido en un pueblecito de la provincia de Ávila situado en la Sierra de Gredos y que simplificaba sabiamente las infinitas dicotomías posibles en una sola, los seres humanos son interesados o son interesantes. Avaros, codiciosos, egoístas contra generosos, igualitarios, solidarios.
En mi limitada experiencia personal como afiliado a diversas organizaciones políticas, de solidaridad, sindicales, vecinales, sociales y culturales, obviamente en las relaciones laborales el fenómeno es idéntico, he constatado esa verdad universal. Suelen progresar siempre, o casi siempre, todos aquellos que van buscando su promoción personal y su propio beneficio, los que van a llevarse algo. Por el contrario quien aborde su compromiso desde la perspectiva de la generosidad y desde la priorización de las necesidades de los representados o administrados, los que llevan algo suelen acabar arrinconados y ocasionalmente maltratados.
La figura del dirigente-corcho, del directivo-incombustible, que a base de pelotear y reír las gracias a los que están por encima de él en la jerarquía de cualquiera organización, no diciendo nunca la verdad, sino estando en “la verdad” aceptable para sus superiores y trufando su miserable comportamiento con delaciones, normalmente falsas y acusaciones siempre insidiosas, dibuja un nítido camino hacia el ascenso. En las administraciones y empresas es tan habitual “el chaqueteo” que a casi nadie le suele llamar la atención.
Es muy probable que el viejo vicio venga del sentido profundo de la palabra representar. Representar es fundamentalmente falsear, sustituir una cosa por otra. Así que cuando alguien hace gala de representar a un grupo humano con intereses comunes en cualquier ámbito, sean éstos: religiosos, políticos, culturales, sociales o económicos, es muy habitual, por no decir universal, que el representante acabe por defender en primer lugar sus intereses propios y subsidiariamente los del grupo formalmente representado. La alternativa positiva a la representación no es el arcaico autoritarismo del ordeno y mando, que algunos seguro que añoran, sino el ejercicio de la democracia en sentido estricto. Es decir, la participación activa, informada y directa en todos y cada uno de los espacios en los que se desarrolla nuestra vida colectiva. Asunto que no parece fácil, pero tampoco lo fue pasar de la heteronomía en que la vida pertenecía a dios o al rey, a la autonomía de la que ya casi todas y todos participamos, actuamos y pensamos siendo conscientes de que nuestra vida nos pertenece a nosotros mismos, sin más mediaciones que las que se derivan de nuestra condición de seres vivos.
Que para que algo cambie para bien, hay que situarse dentro del campo del mesianismo judío, de la fe, no cabe ninguna duda. No hay otra vía, el cinismo escéptico y el aferrarse irracionalmente a la tradición sólo llevan a mantener injustos privilegios de los pocos, anulando derechos necesarios de las mayorías y de la Naturaleza.
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