El cuento de Pepe Pepone y Corrupción la Mala, esa extraña pareja
Pepe es un ciudadano moderado, sensato, conservador y responsable que cree, piensa y hace lo que se debe creer, pensar y hacer.
Pepe está en la verdad y es respetable, a pesar de sus frecuentes arrebatos histéricos de marimacho o de maricomplejines que tanto afean su figura pública. Su rancio abolengo le vinculan con las tribus de Serranejos y Moralejos, aunque el devenir de la historia le haya llevado a beber de mil leches o ser hijo de mil padres, y como es comúnmente aceptado no se ve obligado a robar, porque llegó a la cosa pública con los bolsillos llenos. Otros antes robaron para los que son como él, porque siendo tataranieto de traficantes de esclavos, que luego se reconvirtieron en banqueros o de estraperlistas trasmutados en grandes promotores inmobiliarios o de explotadores de mano de obra femenina masiva que por obra y gracia de medios de comunicación sicarios y campañas publicitarias pagadas se transformaron en modélicos emprendedores. En la falsa imagen de ese país imaginario, siempre el dinero del cajón se lo llevan los pobres, los que aparentan enfermedades que realmente padecen, los viejos que no se mueren en su justo momento, las jóvenes madres solteras que se lo tenían que haber pensado antes, los inmigrantes que nos limpian todas nuestras miserias, además de cargar con las tareas más pesadas a costa de un pago mezquino, los estudiantes de origen humilde consumidores de becas y, como no, todos aquellos que viven en una carencia permanente de recursos y oportunidades. Que quede claro, lo poco se lo llevan los ávidos menesterosos y todo, es decir, todo lo demás es para los empresarios afines, los cuñados y primos tontos/listos, los asesores lameculos y cualquier desvergonzado prestador de servicios que entienda eso tan sencillo del 3 por ciento.
Todo iba bien, hasta que aparece en la escena social Corrupción la Mala, que no es otra que su novia, su amante, su mujer legal, su prima o una mujer cualquiera y pública. No voy a explicar ahora las evidentes trampas del lenguaje, una mujer pública siempre es muy mala y un hombre público suele ser muy bueno, como es lógico. Pues eso, que la Corrupción arrastra a Pepe, por caminos reiteradamente transitados por ilustres don nadies de la gestión pública y de la ética política, encuadrados en pesoeces y otras convergencias, y ¿qué puede hacer Pepe?. Nada, absolutamente nada, porque ya lo dicen las casposas madres de familia bien: dios te ponga donde haya. A las de familia mal, sólo se les ocurre recomendar a sus hijos que estudien. Pobrecillas.
Porque seamos sinceros, ¿a quién le amarga un dulce?. Teniendo al alcance de la mano el brillo social, el amor mercenario, el lujo asiático y el cariño mediático, renunciar porque uno es honesto, es tan vanidoso como para decir la verdad y no quiere traicionar los intereses de gentes que ni siquiera conoce. El efecto más visible de la corrupción, que no significa nada más allá de descomponer, degradar o arruinar, es como el de quemar pólvora en las manos, primero vienen el deslumbramiento de las luces y la alegría momentánea y después, y para siempre, las mancha negra indeleble y la necesaria muerte civil. Algunos tratan de hacerla olvidar con su infinito descaro, como es el caso del infame sevillano Felipe equis. Efectivamente, Corrupción la Mala con sus irrechazables tentaciones ha hecho mucho daño a Pepe.
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