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José Luis Gutierrez

Cartas desde Nepal: Pesadilla

Martes, 06 de Noviembre de 2012 Tiempo de lectura:

Aunque tengo muy poca actividad física, desde que estoy en Katmandú me acuesto más cansado de lo habitual y eso hace que mi sueño sea más profundo.

En Bal Mandir mi corazón trabaja diariamente con multitud de sentimientos intensos, supongo que por eso al finalizar el día me siento agotado. Generalmente me despierto sin recordar ningún sueño, pero hoy no ha sido así, mi mente retenía nítidamente el episodio que me atormentó en la última fase del descanso y me despertó antes de que sonara la alarma de mi móvil.

 

Estaba tumbado boca arriba sobre una finísima colchoneta tendida en el suelo de una habitación grande, fría y oscura. A mi izquierda y mi derecha podía distinguir con dificultad la silueta de otras dos personas que yacían junto a mí en idéntica postura. No había nada que nos tapara, y yo sentía frío. Además tenía el cuerpo dolorido por la dureza del suelo y por permanecer tumbado durante mucho tiempo en la misma posición. Intenté girarme, pero los músculos del cuerpo no tenían suficiente fuerza para lograrlo. Aunque ya debería estar acostumbrado a esas limitaciones que progresivamente me iba imponiendo la esclerosis múltiple, aquello me alarmó porque nunca antes me había sentido tan imposibilitado. El frío atenazaba mis músculos, y les restaba fuerza y eficacia. Sentí ganas de orinar, pero enseguida comprendí que me resultaría imposible levantarme y buscar un lugar donde poder vaciar mi vejiga. Percibí humedad entre mis piernas. Me pareció que unos trapos y una braga de plástico impedían que la orina mojara el colchón. Traté de aguantar todo lo que pude, pero llegó un momento en que me resultó imposible contener el pis, que quedó retenido en esos trapos que ya empapaban mi cintura. Debía de tener llagada esa zona íntima, porque sentí escozor.

 

El frío era cada vez más intenso. Entonces traté de pedir ayuda con mi voz, pero mi boca no fue capaz de articular ninguna palabra. Comprobé que lo único que podía hacer era llorar. Gimoteé levemente al principio con la esperanza de que la persona que estuviera a nuestro cargo me escuchara y acudiera pronto en mi ayuda, pero nada se movió en la habitación. Empecé a llorar con más fuerza, mas lo único que conseguí fue despertar a quienes compartían colchoneta conmigo. Tampoco ellas articularon palabra, pero pronto se contagiaron de mi llanto. Supuse que también ellas debían de sentir frío, porque al igual que yo vestían ropa ligera y no había nada que nos cubriera.

 

Una voz desde el fondo de la habitación expresó alguna maldición en un lenguaje que no comprendí. Por el sonido me pareció que esa voz se dirigía hacia nosotros al tiempo que blasfemaba con un volumen de voz que se iba incrementando conforme se acercaba. Me sentí aterrorizado, porque tuve la impresión de que esa persona estaba dispuesta a agredirme. Imaginé que había adivinado que yo había iniciado esa sinfonía de llantos que probablemente había interrumpido su descanso. El miedo fue tan agudo cuando sentí que se agachaba hacia mí, que en ese instante me desperté sobrecogido y temblando de frío.

 

Me tranquilizó comprobar que Aurora dormía plácidamente a mi lado, y que yo, aunque con dificultad, podía moverme en la cama. Entonces me tapé con el edredón. Permanecí quieto y todavía asustado hasta que mi cuerpo lentamente entró en calor. No podía dejar de pensar en esa horrible pesadilla. Entonces recordé que el día anterior había estado hablando con Kalpana sobre la desatención que han tenido que soportar durante toda su vida Roji, Lata, Nimi, Upasana y Asha, las cinco niñas de Bal Mandir con parálisis cerebral. Aunque todavía quedaba mucho por hacer, afortunadamente su situación había cambiado desde que Dididai se propuso mejorar sus condiciones de vida. Pero Kalpana me decía que por muchos esfuerzos que hiciéramos, finalmente el bienestar de esas niñas dependía de la sensibilidad de su cuidadora. Ahora tenían la suerte de tener a su cargo a Indu, una mujer que las trataba con un cariño poco común en Bal Mandir, sobre todo con quienes padecen alguna discapacidad. Kalpana me dijo que hasta que Indu empezó a cuidar de ellas, no hace mucho tiempo, esas niñas habían vivido un auténtico tormento, y ese infierno, que puedo imaginarme fácilmente, es el que había perturbado mi último sueño.

 

Katmandú, a 31 de octubre de 2012.

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