Un matrimonio ha matado a su hija de 15 años rociándola con ácido porque el padre sospechaba que le gustaba un chico.
Sucedió a principios
de esta semana en la aldea de Saidpur Bela, una comarca remota de la Cachemira
paquistaní, pero no se conoció hasta este jueves, cuando la policía detuvo a
los padres e informó del delito. Estos asesinatos machistas y repugnantes han
sido reflejados en el documental Saving
Face, ganador del Oscar de este año.
“Los padres han confesado; sospechaban que la chica tenía relaciones ilícitas con un chico”, declaró Raja Tahir Ayub, un oficial de la policía de Khoi Ratta, citado por la agencia France Presse. “Hemos abierto una investigación por asesinato contra Mohammad Zafar y su esposa”, añadió.
Ayub explicó a la BBC que el padre montó en cólera cuando vio a su hija Anusha “mirando a dos chicos” que pasaban en una moto delante de su casa, el pasado lunes. Estaba convencido de que la muchacha tenía contacto con uno de ellos. Según otro relato, incluso les habría sorprendido hablando. Desgraciadamente el subdesarrollo y la falta de educación hacen que prevalezca en estos lugares una moral propia del Medievo. Que una mujer rechace casarse con el candidato elegido por sus padres, o se relacione con alguien que no hayan aprobado, se considera una deshonra para la familia. Según la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán, 943 mujeres murieron el año pasado a causa de los mal llamados crímenes de honor, un centenar más que en 2010.
“Zafar metió a su hija en casa, la golpeó y
entonces la roció con ácido ayudado por su esposa”, relató el policía. Pero a
pesar de las graves quemaduras que le causaron, los padres no la llevaron al hospital
hasta el día siguiente. Anusha murió esa misma noche, según ha confirmado el
director del centro, donde ingresó “en estado crítico”, con quemaduras en el
70% del cuerpo.
Sin embargo, ese no suele ser el final. Según Acid Survivors Trust International (ASTI), una ONG que trabaja para acabar con este tipo de agresiones, el ácido “raramente mata, sino que causa graves cicatrices físicas, psicológicas y sociales”. Sus víctimas, una media de 1.500 en una veintena de países, quedan desprotegidas “sin recurso legal, escaso acceso a asistencia médica o psicológica y sin medios para ganarse la vida”.
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