Cartas desde Nepal: Piel
Cuando esta mañana hemos llegado a Bal Mandir, muchos de los internos estaban ya esperándonos en la puerta del orfanato, algo que viene siendo habitual. Aunque algunos no son capaces de superar el rubor, la mayoría nos reciben con besos y abrazos al estilo español, algo que, según ellos mismos comentan, aquí es extraño.
Afortunadamente casi todos han adoptado con agrado
esta costumbre como parte del intercambio cultural que implica nuestra visita.
Me encanta contemplar ese espontaneo obsequio de afecto, aunque lo cierto es
que cuando soy yo el que recibe las muestras de cariño, todavía me gusta más.
Tras los saludos, naturalmente más efusivos con las mujeres de nuestro equipo, nos hemos dirigido como de costumbre hacia la Dancing Room, una habitación oscura y enmoquetada que desde hace varios años se ha convertido en nuestro centro de operaciones. En ese cuarto no sólo ensayamos los bailes, sino que también realizamos los talleres de confección de vestuario, complementos para escena, juegos y todo tipo de actividades.
Hemos comprobado lo tremendamente deshidratada que tienen la
piel los niños de Bal Mandir, este año más si cabe, quizás porque el Dashain ha
caído más tarde y ya ha empezado a refrescar. Por eso, cuando ayer fuimos a
hacer la compra a un supermercado que tenemos cerca de nuestros apartamentos,
echamos dos botes grandes de crema hidratante para aplicar sobre la cara de los
menores. Al entrar en la sala de baile, los hemos colocado tumbados boca
arriba, hemos puesto una música relajante y nuestras chicas han empezado a
extender la crema sobre sus caras con un masaje que les dejaba extasiados. Como
eran muchos los niños y pocas nuestras voluntarias, las niñas mayores, tras
recibir ellas mismas el ungüento y el masaje sobre su rostro, han empezado a
ayudarnos aplicando crema a los pequeños.
Empezaron por la cara, pero después continuaron aplicando crema en manos y pies con una delicadeza y cariño que resultaban conmovedores. Me pareció que estaba viviendo uno de esos momentos mágicos que justifican por sí mismos todas las fatigas y preocupaciones que habitualmente implica nuestra actividad en Bal Mandir. Yo contemplaba embobado la escena desde mi silla de ruedas, sin participar directamente en ella, porque requería sentarse en el suelo y utilizar las manos con una agilidad que ya no poseo, pese a lo cual empezaba a sentirme tan relajado como si yo mismo estuviera recibiendo esas caricias. En ese momento, Monika, que debió percatarse de mi expresión de dicha no exenta de cierta envidia, se acercó a mí con la mano llena de crema y empezó a aplicármela sobre la cara. Tras ella vinieron Camchi, Asha y no sé cuántas más porque yo ya tenía cerrados los ojos y me había abandonado completamente a la voluntad de las niñas. Me dieron crema hasta en el pelo, que lo tenía recién lavado, pero no dije nada por temor a desbaratar ese momento de felicidad.
En ocasiones la piel es capaz de conectar con lo más profundo del ser.
Katmandú, a 29 de octubre de 2012.

















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