Tiempos de fronteras
Fabiola Villamor, redactora de Zigzag, se encontraba realizando un voluntariado con refugiados en Atenas (Grecia) cuando estalló la crisis sanitaria del coronavirus. La periodista cuenta cómo ha vivido el cierre de fronteras ante el avance imparable del COVID-19: "A pesar de todo, yo pude volver a la seguridad -relativa- de mi país".
Vivimos en tiempos de fronteras. Centenares de titulares se acumulan ante nuestros ojos: “Turquía abre sus fronteras y miles de personas se preparan para cruzar a Grecia”, “Una embarcación con 50 migrantes se hunde en el Mediterráneo”, “Cientos de inmigrantes saltan la valla de Melilla”, “Una caravana de salvadoreños cruza el desierto de México para llegar a Estados Unidos” ... Nosotros -quizás abrumados, hastiados o sencillamente indiferentes- vemos las desgracias de los otros desde lejos, hasta que nos ocurren a nosotros.
Nuestra querida Europa cierra sus fronteras ante el avance imparable del coronavirus y los españoles, al igual que muchos otros, ven como se quedan desamparados fuera de su país, esperando ansiosos una posible repatriación, buscando rutas alternativas o aceptando estar lejos de los suyos mientras dure la crisis.
Yo, al igual que miles de españoles, vi cómo el gobierno griego cerraba el tráfico aéreo con España el pasado domingo, obligando a cancelar mi vuelo de Atenas a Madrid del lunes por la mañana. Yo, que había pasado días meditando sobre si debía quedarme o no en Grecia; yo, española y europea, que me hallaba en Grecia para ayudar a los refugiados, sentí que me quitaban la libertad de las manos, mi derecho a decidir dónde quería estar, de estar con los míos.
“Reza, por fin somos iguales. Yo tampoco puedo salir de Grecia”, le dije a un refugiado. Él sonreía con la tristeza de ver mi pesar y con la alegría de no saberse solo. No obstante, ni somos ni éramos iguales. Yo, después de que la directora de mi organización sugiriera a todos los voluntarios que volviéramos a casa, llamé a la embajada española en Atenas. Me sugirieron que volviera a España a través de Francia, que todavía no había cerrado fronteras.
Yo, pese a gastarme mis ahorros en un vuelo caro a París -185 euros- y, después, en otro a Madrid, tuve la suerte de poder volver a mi país. Tuve más suerte que la voluntaria francesa que tuvo que pagar 780 euros porque las aerolíneas no paraban de subir los precios. Yo, que tuve que esperar doce horas en el aeropuerto de París, soy afortunada. Afortunada a pesar de saber que la embajada española de Atenas ha organizado un vuelo de repatriación para hoy, que posiblemente haya sido mucho más barato que los dos míos.
A pesar del dinero, de mis dudas y pesares, yo pude volver a la seguridad -relativa- de mi país. Los refugiados, perseguidos por la guerra, por los conflictos, por las amenazas, por la violencia, no tienen esa opción. No lo olvidemos.


















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