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Fernando Ferro

Mujeres fascistas

Lunes, 25 de Noviembre de 2019 Tiempo de lectura:

¿Qué le pude llevar a una mujer a sentirse cómoda ante el trato despectivo y humillante de sus compañeros de organización? O peor aún, soportar la injustificable fantasía de superioridad con la que viven una panda de hampones perdonavidas. Porque desde su irrefutable argumentación, todo el mundo cree saber que las mujeres son inferiores a los hombres, desde el punto de vista físico es evidente, además las que destacan en el deporte son unas machorras y casi todas lesbianas. ¿Se pude ser algo peor? Desde la perspectiva intelectual no hay más que fijarse en la historia de la ciencia, del pensamiento y de las artes ¿Cuántas mujeres han destacado? Pues poquísimas, porque no piensan. Que si no las permitían estudiar, que si sus propios maridos les hacían sombra para ocultar su valía, que si se silenciaban sus descubrimientos, no son más que pamplinas de las atolondradas perroflautas. Desde el punto vista afectivo, mejor no hablar, nunca saben por dónde andan, siempre subidas a una montaña rusa y los machos que siempre somos ecuánimes, equilibrados y serenos, no sabemos por dónde van a salir. Así son las cosas y así se las hemos contado.

 

Tuvimos dos ejemplos destacados de mujeres fascistas en la larga noche de la dictadura franquista, en la que tal vez no se produjo el genocidio de buena parte de la intelectualidad y del pueblo consciente, como tal vez tampoco se produjeron los hechos que ahora paso a relatar. La primera, la esposa del dictador, como no podía ser de otro modo, expropiadora consentida de bienes públicos y terror de los joyeros, que arrasaba impunemente con las mejores piezas de los escaparates y que les obligó a suscribir un seguro específico contra las arremetidas de tamaño monstruo de codicia collaresca. Después de la desvergonzada tropelía, a ver quién era el guapo que se atrevía  a cobrarle al enano del Pardo. Su vida estaba gobernada por una desigual mezcla de ñoñería, avaricia, cinismo católico y crueldad, propia de alguien sin  ningún trabajo especial como hace constar el notario del testamento del general traidor. El contrapunto bobo, lo daba la hermana del Ausente, el señorito jerezano que trajo el fascismo a la península, y que además de quererla casar con Hitler, el sicópata austriaco, la hicieron estandarte de la cruel beneficencia de la dictadura. Ayudar a sobrevivir a las víctimas de las condiciones de escasez que ellos habían creado, a costa de hacerlas padecer una humillación inimaginable, arruinando los inmensos avances que para las mujeres supuso el período republicano.  No me cuesta nada aproximar esas lamentables figuras históricas de cartón y maquillaje  a las muy decrépitas, por más que quieran aparentar que están vivas,  monasterios, ayusos, arrimadas, aguirres, etc. que adoptando los violentos patrones sociales machistas y a la sombra de sus testiculares líderes, trepan a posiciones político administrativas considerablemente por encima de sus capacidades objetivas.

 

Los mecanismos de sumisión son complejos y variadas las causas que la producen, eso explica el hecho, aparentemente incomprensible, de que muchas mujeres maltratadas, algunas hasta la muerte no denuncien a sus agresores. Es más, no es raro que incorporen los argumentos de los violentos  y “entiendan” que no son tanto víctimas, como justo objeto de corrección de su desviado comportamiento por parte de sus verdugos. Probablemente, una falsa sensación de seguridad a pesar de todo y de miedo al vacío, al futuro incierto que se asocia con ser protagonista de tu propia existencia, lleva a la degradación y al trágico final.

 

Alcanzar preeminencia social, un salario como cargo electo o cargo de confianza y en el mejor de los casos pretender que su presencia entre los bárbaros va a suavizar su compromiso con la violencia machista y patriarcal, a costa de contemporizar con los causantes de tu desdichada marginación, viene a aproximarse mucho a la miserable actitud de los policías judíos de los guetos y posteriormente de los campos de exterminio nazis.

 

Al comentarle el contenido de este artículo a un buen amigo, me recordó que todas las religiones monoteístas, salvo alguna honrosa excepción entre las ramas protestantes, desde siempre ha maltratado a las mujeres, las ha excluido de su  estructura de poder, relegándolas a posiciones subsidiarias, al margen de su valía personal, y las ha culpabilizado de todo cuanto “pecado” se pueda imaginar. El pago de la mayoría de las mujeres a semejante trato vejatorio, ha sido responder con la más inquebrantable fidelidad a esas organizaciones perversas.

 

Es decir, que si el peor enemigo de los intereses de los trabajadores es el obrero de derechas, en el caso de las mujeres, el peor enemigo para conseguir y mantener sus derechos son las perdularias (en la segunda acepción del diccionario RAE) organizadas en los partidos reaccionarios o directamente fascistas, que han asumido los roles patriarcales y machistas de conlleva el violento ejercicio del poder.

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