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Fernando Ferro

El largo camino de Ana Rodríguez hacia el arte concreto

Viernes, 11 de Octubre de 2019 Tiempo de lectura:

Hacia 1936, el inspirado crítico de Arte Mijaíl Bajtin defendía que la obra de su tío Vasily Kandisky, el gran abstracto, era la primera obra plástica de la historia del Arte en la que se trataba de lo objetivo y lo concreto, frente a lo subjetivo y abstracto que había gobernado todo el arte anterior basado en las técnicas de la representación. Ese  cambio radical del punto de vista generó infinidad de caminos nuevos en el devenir del Arte contemporáneo: arte povera, expresionismo abstracto, objetos encontrados, minimalismo, action painting, land art y un larguísimo etcétera de movimientos y escuelas. En todos ellos el objeto artístico o la acción son y están, no simulan y el artista le cede al espectador la responsabilidad de cerrar la lectura de su obra.

 

En ese camino anda Ana Rodríguez, que tras adquirir una sólida formación como historiadora del Arte, licenciarse también  en Bellas Artes en la Escuela de Toulouse, formarse como grabadora en Palma de Mallorca y al fin encontrarse con los  maestros Joan LLácer y Eugenia Alonso en la Escuela de Cerámica de la Moncloa, define en paralelo una obra singular  pintando y construyendo sus piezas cerámicas con una coherencia estética más que llamativa. Si hubiera que etiquetar su obra en dos dimensiones, podríamos encuadrarla dentro del expresionismo porque no hay tema reconocible, a pesar de que suele haber un “asunto central”, y el espacio pictórico sirve de campo de juego a las fuerzas cromáticas y texturales. Leves volúmenes recrecidos sobre el plano base, además de grafías, cosidos, rasgados y “peinados” conforman un alfabeto con el que la artista interviene sobre la materialidad del cuadro, la paleta de colores es breve y equilibrada entre las gamas de colores fríos y cálidos, aunque suele ser patente el predominio de los grises (el gris contiene y resume todos los colores según cuentan los orientales), azules y blancos que  se contrastan con registros de tierras y naranjas. Sin embargo, hay cuadros en los que se invierte la relación de fuerzas entre lo claro y lo oscuro, entre lo caliente y lo gélido para trasladarnos a espacios confortablemente otoñales o, de modo excepcional, rabiosamente veraniegos. Los formatos en los que labora suelen ser de tamaño medio, y está bien, aunque algunas de sus propuestas parecen pedir “formato museo”, necesitan amplitud para exponer el discurso con holgura.  Una pintura sólida, resuelta con autoridad y eficiencia.

 

Para el campo de la escultura de bulto redondo, levantada con pasta refractaria de alta temperatura de cocción, 1235º C, y acabada con esmaltes elaborados específicamente para cada pieza, se puede trasladar lo comentado para el trabajo cromático y textural de la obra ejecutada en dos dimensiones. Un abanico de volúmenes orgánicos,  alejados de lo geométrico,  aunque es obvio que los contrastes de unidades diversas en el discurso desarrollado es mucho mayor, dado que el inventario de objetos propuesto va desde la pieza única hasta las conformadas por dos o más elementos. También se incorporan otros materiales, como alambres, perfiles de acero y escuadrías de madera, que dan complejidad a la obra, generando diálogos internos entre sus diversos elementos.  Muchas de las piezas están tituladas con la abierta ironía que rige en la mayor parte de sus trabajos, les da nombres que parecen sustentarse en el inventario de las leyendas populares o de la zoología fantástica, en este caso  parece acordarse del inmenso Arcadio Blasco, brillante ceramista injustamente olvidado. El volumen de las piezas es considerable, ya que éste suele ser el límite razonable para obtener cocciones cerámicas en un ambiente controlado. Toda la obra escultórica goza de una indudable entidad lograda con esa controlada asimetría tan del gusto extremo oriental, la imperfección calculada, el lúdico juego de relaciones entre las diversas partes del todo y la contundente solvencia técnica con la que está construida cada pieza. Se trata de un paseo por la complejidad de la vida, con sus alegrías y sus penas, además de esos largos momentos en los que parece que no pasa nada y, sin embargo, pasa todo.

 

Sala de Exposiciones. Biblioteca Javier Lapeña. Calle Juana Francés s/n. Barrio de La Tenería, Pinto. Del 3 al 25 de octubre 2019

 

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