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Fernando Ferro

Caminando a hombros de gigantes. Paseos de nietos y abuelos

Jueves, 05 de Septiembre de 2019 Tiempo de lectura:

Suelo ver con frecuencia una imagen que me conmueve, la de los nietos subidos a hombros de sus abuelos de camino o de retorno del colegio a casa. Los abuelos cargan también con las infantiles mochilas  que les rejuvenecen de modo radical y les conectan con las imágenes de los nuevos tiempos. Los pequeños deben sentirse invulnerables ante la supremacía física y enorme altura que les confiere su portante, además de partícipes de la infinita sabiduría que atesoran sus escuderos, que al mismo tiempo son su montura. Los abuelos caminan conscientes de que los escasos recursos de que disponen sus cuerpos cansados y lo poco o mucho aprendido en su larga vida serán entregados sin reserva, ni tasa a su preciada carga. Asimismo su auténtico tesoro, que es su cariño, es todo para ellos.

 

Se atribuye al gran físico Isaac Newton la frase con la que se abre este artículo. Aunque parece ser que otros antes que él  ya la habían usado. El brillante científico reconocía así el duro trabajo que muchos habían desarrollado previamente y había servido de base a su enorme contribución a las ciencias de la naturaleza. No me cuesta mucho imaginar a esos niños felices y seguros, hermanados con el científico, porque ellos ya lo son en el momento que escuchan a sus abuelos y empiezan a aproximarse  y a atisbar alguna  certeza provisional sobre la infinita complejidad con que funciona el mundo. Aprenderán mucho  siempre que no abandonen nunca la duda constructiva y tomen por mejorable cualquier verdad, alejándose del cínico escepticismo.

 

Como no tuve la buena fortuna de conocer a mis abuelas, para que me dijeran que era el niño más guapo de mi clase y sólo conocí a mi  abuelo Antolín, viejo, enjuto y sabio minero leonés, del que hablaré por extenso en otra ocasión, envidio mucho a esas niñas y niños que comparten con sus abuelas y abuelos el camino al colegio, la sabrosísima comida y merienda en su casa y la aventura del mercadillo o la piscina. No creo que lo sepan, aunque imagino que lo intuyen, que están disfrutando de los momentos más felices que les deparará la vida, donde ese tiempo de seguridad incontestable que garantizan los gigantes sabios y comprensivos, inevitablemente dará paso a un tiempo de confusión y perplejidad del que algunos no hemos conseguido salir.

 

Dudo mucho de que exista algún instrumento o institución social más eficaz para “maleducar” a las chicas y chicos que sus abuelos, ajenos a las urgentes responsabilidades de los padres, y los compromisos profesionales de los maestros, defienden a ultranza la individualidad de cada nieto y hacen que aprendan divirtiéndose, además de romper las barreras del tiempo y el espacio, haciéndoles saber de usos, personajes y costumbres que ya sólo existen en sus relatos.

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