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La Balsa de Quingue”, relato de José Luis Gutiérrez sobre los orfanatos

"Lugares de abandono"

Esther A. Muñoz Lunes, 15 de Abril de 2013 Tiempo de lectura:

José Luis Gutiérrez (Madrid 1963, residente en Pinto) es profesor titular de Escultura en la Facultad de Bellas Artes de la UCM, pero sobre todo es un artista con una excepcional capacidad de comprensión del ser humano.

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Gutiérrez, forzado por la esclerosis múltiple, enfermedad degenerativa que padece desde hace más de una década, ha trasladado a la literatura su inicial pasión artística por la escultura. Fruto de ello son sus impresionantes relatos sobre la labor humanitaria que viene desarrollando desde 2004 en orfanatos de India, Nepal y Ecuador, que acaba de recoger en el libro “La balsa de Quingue” (Alfasur 2013).

Con motivo de la salida de su nuevo libro, hablamos con esta excepcional persona, docente de alta cualificación, artista por vocación y ejemplo de compromiso con los que sufren. Su propia experiencia del dolor, la enfermedad y las limitaciones físicas, unida a dura realidad que ha vivido en los “lugares de abandono” han conformado una personalidad de gran atractivo, que emana paz, alegría y superación de las adversidades.

La silla de ruedas
La vista fija su atención en la silla de ruedas de más de 100 kilos que ayuda a José Luis a desplazarse. Es lo primero que impacta, pero apenas comienza a hablar se desvanece esta imagen para dar paso a una especie de aura cándida que rodea a Gutiérrez y te hace sentir bien.

Quizás sea precisamente la enfermedad degenerativa -esclerosis múltiple- que le ata a la silla de ruedas la que le haya convertido en el hombre que hoy es. “Me dediqué a la docencia para tener  algo seguro de lo que vivir”, pero “mi objetivo era ser escultor -señala- dediqué todas mis horas y esfuerzos a ello”.

El comienzo del camino

A finales de los noventa, la esclerosis le obligó a cerrar su taller, “mi refugio, donde yo disfrutaba”, cuenta, y le abrió una nueva puerta. “Pensé que planteando proyectos de voluntariado podría diseñar y crear”. La adopción, años antes, de sus hijas Roshní y Chandrika, de procedencia india, le habían mostrado el nuevo camino.

En 2004, su proyecto de llevar el arte a orfanatos de India gana el concurso de cooperación internacional de la Universidad Complutense. A partir de entonces y hasta la actualidad, José Luis, acompañado de distintos cooperantes, llevará sus proyectos de cooperación al desarrollo a depauperados orfanatos de India, Nepal y Ecuador. Estos proyectos, inicialmente de carácter creativo, han ido más allá, siendo actualmente el germen de un proceso transformador capaz de mejorar las condiciones de vida de los niños de esos hospicios.

 La financiación ha corrido a cargo de la Universidad Complutense, el Ayuntamiento de Pinto (de 2005 a 2009) y la empresa farmacéutica Fayser.
 
[Img #5709]Bal Mandir
“En Bal Mandir (Katmandú, Nepal) elegimos el orfanato más desastroso y más olvidado”, recuerda Gutiérrez, “estaba en una situación ruinosa”, tanto que  Jose Luis y su equipo llegaron a cuestionarse su labor.  “Dudamos de si lo que pretendíamos -pintar con los niños en las paredes- era moralmente aceptable en aquella extrema pobreza, hasta que algunos amigos me hicieron ver que nuestra actividad no iba a empeorar la situación de los niños y sí podría mejorarla si conseguíamos más ayudas para el orfanato”.
 
Y, efectivamente, las actividades artísticas con los niños trajeron, en paralelo, iniciativas que permitieron ayudas económicas y mejoras sustanciales.  “A los dos años nos pidió participar Pablo, un gallego que estaba trabajando en un centro de educación especial de Londres. Fue fantástico porque Bal Mandir le impresionó tanto que en cuanto regresó a Londres puso en marcha una asociación, ‘Dididai’, que hoy está cubriendo las necesidades de niñas con problemas de parálisis cerebral en Nepal”.     También otras iniciativas, como ‘Ruta 6’, comenzaron a becar a huérfanos nepaleses, financiándoles los estudios en buenos colegios con régimen interno.  “Nuestro proyecto fue el germen que puso en marcha esas otras iniciativas”, comenta José Luis, agradecido.

“Bal Mandir ha dado un cambio considerable desde que llegamos -señala- tanto en el aspecto material como en el afectivo”. En este orfanato ha habido incluso violaciones de niñas por parte de trabajadores. “Cuando entras en Bal Mandir, tienes la sensación de que la vida de esos menores no le importa a nadie gran cosa”, concluye.

La crueldad del abandono
Una de las experiencias más traumáticas que relata Gutiérrez, es cuando a un huérfano le prometen adopción y los ‘padres’ cambian de opinión en el momento que llegan al orfanato. “Tuvimos la adopción fallida de una niña en Matruchhaya (India) con un pequeño problema de joroba -recuerda con tristeza José Luis-. Los padres estaban completamente informados, nunca se les ocultó nada, la adopción estaba prácticamente firmada. Según llegaron al orfanato y la vieron, cambiaron de opinión argumentando que el bulto de la espalda era más ostensible de lo que habían pensado”.

El hecho dejó completamente hundida a la pequeña.  No ha sido el único abandono que José Luis vivió desde su silla. “Otra vez fue una niña que no tenía ningún problema físico, pero estaba claro que el que iba a ser su padre  acudió con recelo -relata-. Apreció que todos los niños dejaban los zapatos a la entrada  del orfanato pero la que iba a ser su hija cogía sus sandalias y las metía en la habitación”. Ese ridículo hecho hizo pensar al hombre que la pequeña era retrasada mental. “Llegó a encararse con el director del orfanato, culpándole de intentar engañarles”. La niña también quedó hundida durante muchísimo tiempo. “Cuando un niño sabe que le van a adoptar tiene una alegría tremenda y si se frustra es un golpe durísimo”.

Esperanza

“En Bal Mandir financiamos los estudios de muchos niños, ya son unos 30”, explica José Luis. “De los mayores, una es enfermera en un buen hospital de allí, otra ha terminado Trabajo Social y en junio viajará a Londres para colaborar con Pablo en ‘Dididai’, otro chico está cursando los estudios de farmacia, con unas notas brillantes”.

 Estos jóvenes son muy agradecidos y están comprometidos con los orfanatos de Matruchhaya y Bal Mandir. “Consideran a sus compañeros de orfanato hermanos suyos”, señala con orgullo Gutiérrez, “cada año se nos suman al equipo chicos y chicas que se han criado en alguno de los orfanatos para ayudar”.

[Img #5705]La enfermedad
“El conocimiento de la vida de estos niños me ha hecho valorar mi propia enfermedad de otra manera, alejada del dramatismo y sin sentimiento de autocompasión”, explica el profesor. “Si no fuese por ella seguiría en mi taller tallando piedras, había llegado a un punto en el que me había convertido en  una máquina de fabricar esculturas”, y matiza, “a mi mujer le molesta que diga que la enfermedad ha tenido sus aspectos positivos, pero yo realmente lo creo”. “Además -añade- creo que los niños se comportan conmigo de manera distinta, estoy a su altura, tienen mi cabeza a la altura de la suya”.

La esclerosis ha hecho que José Luis viva situaciones en las que ha invertido su labor como voluntario. “Una tarde entró un perro al patio del  orfanato, cuando ocurre esto los pequeños desaparecen por miedo a que el animal les muerda, sin embargo, una de las pequeñas vino y se puso bajo mis piernas. Yo creía que se estaba escondiendo, pero cuando el perro vino hacia mí se encaró a él y empezó a gruñirle, me estaba protegiendo”.

A Gutiérrez le aceptar las ayudas de los niños. “Al principio no quería, pero me he dado cuenta de que es una virtud dejar que esos niños tengan la posibilidad de invertir los papeles y ser ellos los que ayuden”.

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La docencia
“En la Facultad estoy enseñando a tallar piedra, madera y hierro sin poder utilizar mis manos, sirviéndome de mi voz”, reconoce con tímido orgullo José Luis, aunque no tarda en observar que si lo consigue es gracias a que “utilizo la propia energía con los alumnos”. “Mi comunicación con ellos es puramente verbal, pero me permite adentrarme en terrenos incluso más importantes para la escultura que el aspecto físico”.

“Para mis alumnos, al principio es un poco sorprendente ver en el taller que tu profesor está en silla de ruedas y no tiene fuerza ni para coger un bolígrafo”. Sin embargo, “me tratan con muchísimo respeto, asumiendo mi limitación y ayudando a los demás cuando alguno sobresale en una técnica”, explica, “esa labor es un reconocimiento hacia mí”.

El escritor
“Encontré que escribiendo tenía similares estados de euforia y depresión que cuando hacía escultura”, comenta Gutiérrez. “La escritura ha sido un buen sustituto de la escultura”.

Y la verdad es que José Luis Gutiérrez es un buen escritor, como demuestra en su primera obra, “De sol y de luna”, en la que relata la adopción de sus dos hijas en un orfanato de India, a la vez que aporta una visión directa y profunda sobre el tema de la adopción y la cultura de un país tan fascinante como es India. 
   
Ahora certifica sus cualidades como escritor en el segundo libro que acaba de dar a luz, “La balsa de Quingue”, publicado en Alfasur, en el que utiliza como materia prima relatos y anotaciones que ha ido acumulando en sus experiencias en orfanatos de Ecuador, India y Nepal desde 2004 hasta la actualidad. “Lugares del abandono”, como los denomina Gutiérrez en una metáfora bella y terrorífica al mismo tiempo.

José Luis nos ha anunciado que ahora está trabajando en una novela sin relación con el mundo de los huérfanos. Su trama versa sobre un alumno de bellas artes que se convierte en artista de éxito.

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