Birdlife
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José Luis Gutierrez

Cartas desde Matruchhaya: Pasajero

Viernes, 16 de Noviembre de 2012 Tiempo de lectura:

El pasado sábado 10 de noviembre, mucho antes del amanecer llegamos al aeropuerto de Ahmedabad. Estuvimos haciendo tiempo para no presentarnos excesivamente temprano en Matruchhaya. Cuando finalmente llegamos, las niñas mayores ya habían salido hacia el colegio. Aquel sería su último día de clase antes de las ansiadas vacaciones del Diwali. Las más pequeñas, que ese día entraban más tarde a la escuela, nos dieron la bienvenida. Estábamos agotados, pese a lo cual, después de desayunar y dejar nuestro equipaje en las habitaciones, nos fuimos andando hasta la escuela en la que están escolarizados todos los menores de Matruchha y les esperamos hasta su salida. Por ser sábado, terminaban las clases a las 11 de la mañana. Les hizo mucha ilusión encontrarse con nosotros allí. Nos saludaron cariñosamente sin importarles que las miradas del resto de los alumnos se dirigieran en ese momento hacia nosotros. Tan sólo conocían a la mitad de nuestro grupo: Sara, Roshní y yo. Alberto, Mónica y Matilde eran nuevos en Matruchhaya, pero también fueron recibidos afectuosamente.


En el avión traté de dormir todo lo que pude, porque sabía que el primer día en Matruchhaya resultaría especialmente duro por el desajuste horario y por las pocas horas de sueño. En un momento en que permanecía despierto pero con los ojos cerrados, escuché que un pasajero iniciaba una conversación en inglés con Sara, cuyo asiento estaba separado del mío por el pasillo.


–¿Viajáis juntos? –preguntó el señor a mi amiga.


–Sí. Somos un grupo de seis personas –respondió amablemente Sara.


–¿A dónde os dirigís?


–Vamos a Nadiad.


–Pero si en Nadiad no hay nada que visitar –afirmó el curioso pasajero intentando averiguar la razón última de nuestro destino.

­­­

–Vamos a trabajar con los niños que viven en un orfanato llamado Matruchhaya –explicó pacientemente la joven universitaria.


–¿Qué tipo de trabajo puede desarrollar una persona que se tiene que mover en silla de ruedas y con ayuda? –dijo el compañero de Sara, que debía de haber visto cómo un vehículo especial me había trasladado hasta la puerta del avión, y cómo mi hija me había ayudado para caminar desde mi asiento hasta el servicio y para tomar la cena.


–Él es quien dirige este proyecto –respondió Sara con un tono que me pareció que denotaba irritación. –Sin él esto no se llevaría a cabo.


Ahí se acabó la conversación. Preferí no abrir los ojos, pero imaginé cierta expresión de disconformidad en el rostro de aquel hombre. Tampoco para mí habían resultado muy convincentes los argumentos de Sara. Traté de no dar importancia a aquellas vacuas palabras pronunciadas por la boca de un desconocido, pero lo cierto es que ya no pude dormir más, y desde entonces no he podido parar de pensar en ello. Todavía hoy sigo buscando razones que justifiquen mi presencia en los orfanatos a pesar de ser una carga para quienes me acompañan, especialmente para quien me asiste.


Tendré que encontrar argumentos de peso que logren acallar mi conciencia, o sacar a patadas de mi mente los pensamientos que involuntariamente ha generado aquella estúpida charla entre una amiga y un desconocido indiscreto, que ahora ensombrecen mi ánimo.

 

Nadiad, a 12 de noviembre de 2012.

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