Crítica de la novela Dulce introducción al caos'`, de Elena Jarrín
Sexo tórrido y violencia con chulos y policías en Atocha
La novela policiaca y de iniciación sexual para la mujer distraída que ha publicado Alfasur a la joven escritora Elena Jarrín, ‘Dulce introducción al caos’, sorprende al confiado lector con un directo a la mandíbula en el primer capítulo.
En los siguientes, la autora va relajando la presión erótica y desviando el punto de mira hacia una historia de desencuentro afectivo, de histérico compromiso profesional, de fraudes, robos, palizas y asesinatos, alguno sólo en grado de tentativa.
La línea principal tiene una cierta complejidad, pero nunca la hace del todo inverosímil, en ningún momento abandona el proceso de formación en el campo de la sexualidad mercenaria y ambas se van desarrollando en paralelo con bastante fluidez.
La escritora ha escogido la primera persona del singular para contarnos desde el desconcierto y la decepción, también desde el placer orgiástico, las cosas, los lugares y los personajes que viven instalados en el negocio del sexo mercantilizado. A veces no tan alejado, como pudiera pensarse, de las actividades mercantiles convencionales.
El relato recuerda la teoría del desarrollo desigual de lo sexual y lo intelectual, la potencia de lo primero es remota y potente, sin embargo, la de lo segundo es reciente y débil. Así pensaba el escritor polaco-ucraniano Bruno Schulz y sus amigos de la revista Spirit, entre ellos Witold Gombrowick, que también defendían la complementariedad de lo femenino y lo masculino, porque las mujeres son sádicas en el campo psicológico y masoquistas en el físico, mientras que los hombres, son sádicos en lo físico y masoquistas en lo psicológico.
El texto, en justicia, no puede ser encuadrado dentro del género de novela negra, ya que no enmarca las acciones de sus personajes en un contexto social, en el que queden perfiladas con nitidez la voluntad de poder y la insaciable avaricia de las clases dominantes. Estos polvos, siempre derivan en los lodos de la corrupción y el sometimiento de las mayorías. Más bien, habría que situarla en el ámbito de las primeras novelas policiacas, en las que el crimen es una anormalidad del sistema, y que una vez localizados los autores por las fuerzas del orden, se les aparta y castiga. Entonces, todo vuelve a la justa normalidad cotidiana.
Se trata de un viaje iniciático a lo más oscuro del sexo y la sociedad presente, en la que todo es mercancía. En su particular “Divina comedia”, Dante es la cándida, a la par que oportunista, Ruth, que viaja de la mano, y de otros elementos de la anatomía, del gigolo Raúl, trasmutada en una Beatriz que le hace conocer el Infierno y el Paraíso en el mismo trayecto. También me evoca la novela, que el genial Marqués de Sade escribió cuatrocientos años más tarde, donde la inocente “Justine” acaba conociendo a través de la lujuria y la incontrolada voluptuosidad de todos los estamentos sociales, principalmente masculinos, la injusta arbitrariedad con la que se gobernaba la sociedad del Antiguo Régimen.
Para desarrollar la narración, la escritora, de una muy digna primera novela, se sirve de una secuencia temporal lineal; de unos espacios bien descritos tanto en el caso de los urbanos (viviendas, oficinas, hoteles y restaurantes) , como en el de los rurales; de unos personajes principales, al igual que los secundarios, suficientemente reconocibles; de un lenguaje sencillo en el vocabulario y la sintaxis, sujeto-verbo-predicado y nada de frases subordinadas; también utiliza correctamente los diálogos y ”las cartas” para dar dinamismo y riqueza al relato. Por momentos el lenguaje es un poco ordinario y previsible, aunque para compensar, la elección de los vinos es muy buena: Emilio Moro y Martín Codax son dos vinos extraordinarios para su precio.
Una historia que se lee fácilmente con una mano, ya que la trama arrastra al lector por las perversas delicias del voyeurismo, no dejando claros los límites entre la vida privada del escritor y la vida pública de su principal personaje y narrador. El climax se sostiene con acertadas dosis de tensión e intriga, para que al final a todo se le dé la vuelta, y quede en el mismo sitio. Una revolución. Por otra parte, el tono de lo que se cuenta es el de ahora las mujeres fumamos, trabajamos fuera de casa más que los hombres y somos más autoritarias, y además contratamos chulos para divertirnos. ¿No estaremos viviendo otro patético episodio del singular machismo practicado desde siempre por las mujeres de la élite social?. Diametralmente opuesto a los valores de igualdad, corresponsabilidad y solidaridad defendidos históricamente por el movimiento feminista.
Una fábula con moraleja, a la vieja usanza, el sexo comprado a los profesionales gusta al principio, pero después cansa y asusta. El otro, el de casa, a veces parece que gusta menos, pero no asusta y tampoco cansa si uno se emplea con imaginación y alegría.
Fernando Ferro es grabador, ilustrador y editor.
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